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SAN JOSÉ DE COPERTINO
. Nació el año 1603 en Copertino, pueblo del sur de Italia, de familia
pobre y honrada. Desde joven mostró tener muy escasas las dotes
intelectuales y las habilidades manuales. Superando muchas dificultades
ingresó en la Orden de los franciscanos conventuales y sólo gracias a la
fuerte ayuda de Dios llegó al presbiterado. Tras su ordenación
sacerdotal se entregó de lleno al sagrado ministerio, inflamado en celo
de las almas. Adornado de carismas singulares, éxtasis y levitaciones,
por lo que es conocido como el «Santo de los vuelos», los superiores
tuvieron que cambiarlo con frecuencia de un convento a otro, huyendo del
fanatismo popular. Descolló por su obediencia, humildad, paciencia y
caridad para con los necesitados de Dios. Manifestó ardiente devoción a
los misterios de la vida de Cristo, en especial la Eucaristía, y a la
Madre de Dios. Sus biógrafos dicen que lograba transmitir su santa y
franciscana alegría mediante el modo de orar, enriquecido por atractivas
composiciones musicales y versos populares que entusiasmaban a sus
oyentes, reavivando su devoción. Murió en Ósimo (Marcas) en 1663.- Oración:
Dios de misericordia, que con admirable sabiduría has querido que tu
Hijo, al ser levantado de la tierra, atrajera todas las cosas hacia él,
concédenos, por intercesión de san José de Copertino, tender a la
perfección que nos has propuesto en la persona de tu Hijo, y vernos
libres de la malicia de este mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATOS AMBROSIO MARÍA DE TORRENTE Y CUATRO COMPAÑEROS, MÁRTIRES.
Todos ellos eran naturales de Torrent, provincia de Valencia en España,
Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores, los dos primeros
sacerdotes y los otros tres hermanos laicos. Fueron fusilados por los
milicianos el 18 de septiembre de 1936 en Montserrat (Valencia), y
beatificados por Juan Pablo II en 2001 entre los mártires amigonianos y otros muchos. Ambrosio (en el siglo, Salvador Chuliá Ferrandis)
nació en 1866 y, siendo ya diácono, ingresó en los Terciarios
Capuchinos. Tenía una amplia cultura y, por su carácter, era más
proclive a obedecer que a mandar. En su ministerio destacó como
consejero, director espiritual y confesor. A la hora de afrontar el
martirio, demostró una gran entereza animando a sus compañeros y
perdonando a sus verdugos. Valentín María de Torrente (en el siglo, Vicente Jaunzarás Gómez)
nació en 1896. Entró de joven en los Terciarios Capuchinos, con los que
se había educado. Ordenado de sacerdote, ejerció su ministerio
preferentemente en centros de su Congregación, dedicados a la ayuda de
la juventud desorientada. Era un gran pedagogo, de recia personalidad y
carácter alegre. Francisco María de Torrente (en el siglo, Justo Lerma Martínez)
nació en 1886, desde pequeño estuvo relacionado con los Terciarios
Capuchinos y en 1905 vistió su hábito como hermano laico. En los
colegios de Yuste y Madrid puso de manifiesto sus grandes dotes
pedagógicas. Fue un religioso trabajador, sencillo, piadoso. Recaredo María de Torrente (en el siglo, José María López Mora)
nació el año 1874, e ingresó en los amigonianos en 1889 como hermano
laico. En el apostolado en diversas escuelas, demostró sus dotes
naturales para la educación de la juventud desadaptada. Los últimos años
de su vida se centró en el catecismo y la escuela para niños pobres,
las visitas a los enfermos y los encarcelados. Modesto María de Torrente (en el siglo, Vicente Gay Zarzo)
nació el año 1885. En 1903 vistió el hábito de Terciario Capuchino como
hermano laico. Alternó primero los trabajos de albañilería con la
atención a los jóvenes postulantes. Luego se dedicó a la enseñanza de
las primeras letras a los niños y a la administración de la casa. Sus
virtudes características fueron la obediencia y la laboriosidad.
* * *
Santa Ariadna. Fue martirizada en Prymnesso de Frigia (Turquía) en una fecha desconocida de los primeros siglos de la Iglesia.
Santo Domingo Trach. Nació en
Ngai-Voi (Vietnam) el año 1792, profesó en la Orden de Predicadores o
Dominicos en 1825 y, una vez ordenado de sacerdote, estuvo ejerciendo su
apostolado catorce años en distintos distritos y fue director
espiritual del seminario. Cuando se desató la persecución religiosa,
siguió trabajando en la clandestinidad, en medio de grandes peligros. Lo
detuvieron y no consiguieron, a pesar de las amenazas y torturas, que
apostatara ni que pisara la cruz. Lo condenaron a muerte y lo
decapitaron en la ciudad de Nam Dinh (Vietnam) el 18 de septiembre de
1840.
San Eumenio. Obispo de Gortina, en la isla de Creta, en el siglo VII.
San Eustorgio. Fue obispo de Milán antes del año 355. San Atanasio elogió su confesión de la verdadera fe contra la herejía arriana.
San Ferreolo de Limoges. Fue
obispo de Limoges (Francia) y murió el año 591. Libró de un inminente
peligro de muerte a Marcos, refrendario del rey Childeberto, a quien el
pueblo quería matar.
San Ferreolo de Vienne. Según
la tradición, era tribuno romano en Vienne (Francia) y, en tiempo de
persecución, se negó a detener a los cristianos. Detenido por orden del
prefecto, fue cruelmente azotado y encarcelado. Consiguió escaparse,
pero fue capturado por sus perseguidores y luego decapitado. Su vida se
sitúa en el siglo III.
San Océano. Sufrió el martirio en Nicomedia de Bitinia (Turquía), en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.
Santa Ricarda. Nació hacia el
año 840, hija del duque de Alsacia. Contrajo matrimonio con Carlos el
Gordo, que sería rey de Francia y Alemania, y emperador en el 881. Era
piadosa y bondadosa, fomentó la vida monacal, ayudó a los monasterios y
fundó el de Andlau en Alsacia (Francia). Víctima de una calumnia y
después viuda, se retiró al monasterio que había fundado, integrándose
en la vida de comunidad y haciendo obras de misericordia a favor de los
pobres. Murió el 18 de septiembre parece que del año 895.
San Senario. Obispo de Avranches (Baja Normandía, Francia) en el siglo VI.
Beato Carlos Eraña Guruceta.
Nació en Aozaraza-Arachavaleta, provincia de Guipúzcoa en España, el año
1884. Ingresó en la Compañía de María (Marianistas) y en 1903 emitió
sus primeros votos. Obtuvo el título de maestro y a partir de 1904 se
entregó a la educción cristiana en diversos centros marianistas, y más
tarde fue director. Se ganó el afecto y estima de los alumnos y de sus
familias, y cuidó la formación de los jóvenes profesores marianistas. La
persecución religiosa de 1936 le sorprendió en el Colegio del Pilar de
Madrid. Vivió un mes en un ambiente de persecución abierta, hasta que lo
detuvieron los milicianos. En la madrugada del 18 de agosto de 1936 lo
fusilaron en Alarcos, cerca de Ciudad Real.
Beatos David Okelo y Gildo Irwa. Eran dos jóvenes cristianos ugandeses. David
nació en 1902, hijo de padres paganos, pero se convirtió al
cristianismo y se bautizó en 1916; luego se ofreció para catequista. Gildo
nació en 1906, hijo de padres paganos, fue catecúmeno desde niño y se
bautizó en 1916; se fue a vivir con los misioneros, que le encomendaron
el ministerio de la catequesis junto con David. Los dos se desvivieron
en su labor evangelizadora con los jóvenes y catecúmenos que les
encomendaron los misioneros hasta que, el 18 de septiembre de 1918, los
mataron con sus lanzas los paganos en la aldea de Paimol, cerca de la
misión de Kalongi (Uganda). Fueron beatificados el año 2002.
Beatos Fernando García Sendra y José García Mas. Los dos eran sacerdotes seculares de la diócesis de Valencia (España). Fernando
nació en Pego (Alicante) en 1905. De pequeño entró en el seminario
franciscano de Benissa (Alicante), pero tuvo que volver a casa por una
enfermedad. Entró más tarde en el seminario diocesano de Valencia y se
ordenó de sacerdote en 1931. Era un sacerdote celoso y padre para todos,
enamorado de la Eucaristía, de la Virgen y de san José. Llegada la
persecución religiosa, se retiró a casa de sus padres. Lo detuvieron el
18 de septiembre de 1936 y lo fusilaron en «La Pedrera», término de
Gandía (Valencia); no murió en el acto, y después lo remataron los
milicianos. José nació en Pego el año 1896. También se educó en
los franciscanos y fue seminarista en Benissa, hasta que la enfermedad
lo devolvió a su casa. Ingresó en el seminario diocesano de Valencia y
recibió la ordenación sacerdotal en 1923. Después de ejercer el
ministerio en otros destinos, lo nombraron capellán de la iglesia del
Ecce-Homo de Pego, máxima devoción del pueblo. Destacó en particular por
su atención a los pobres y enfermos. Lo detuvieron y en la cárcel se
encontró con otros sacerdotes y religiosos. Lo asesinaron junto con el
beato Fernando.
Beato José Kut. Nació en
Slawin (Polonia) el año 1905. En 1924 ingresó en el seminario diocesano
de Poznan y se ordenó de sacerdote en 1929. Ejerció el ministerio en
varias parroquias. Era un sacerdote muy celoso y responsable. Llegada la
guerra, su casa fue objeto de un brutal atentado por parte de un grupo
de alemanes. Como él no se retiró de la parroquia, lo arrestaron el 6 de
octubre de 1941, lo torturaron y lo llevaron al campo de exterminio de
Dachau (Alemania), donde murió de miseria y extenuación el 18 de
septiembre de 1942.
Beato Salvador Fernández Pérez.
Nació en San Pedro de Creciente (Pontevedra, España) el año 1870. En
1891 hizo la profesión religiosa en los Salesianos de Don Bosco, y en
1896 recibió la ordenación sacerdotal. De carácter jovial, entusiasta,
servicial, ejerció el sagrado ministerio con celo y espíritu de
sacrificio. Al comenzar la persecución religiosa en julio de 1936 fue
maltratado y detenido en Madrid. Puesto en libertad, buscó refugio. El
18 de septiembre de 1936 fue reconocido como sacerdote, detenido y
fusilado en la capital de España.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a la gente y a sus
discípulos: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida,
la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la
salvara» (Mc 8,34-35).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Testamento:
«A todos los sacerdotes quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y
no quiero en ellos considerar pecado, porque discierno en ellos al Hijo
de Dios, y son señores míos. Y lo hago por esto, porque nada veo
corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su
santísimo Cuerpo y su santísima Sangre, que ellos reciben y ellos solos
administran a los otros» (Test 8-10).
Orar con la Iglesia:
Invoquemos a Dios, el Padre de quien
toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, y presentémosle
humildes y confiados nuestras súplicas.
-Padre santo, que te revelaste en el Verbo encarnado, haz que cada día conozcamos mejor a tu Hijo, Dios y hombre verdadero.
-Padre celestial, que alimentas a las aves del cielo y engalanas la hierba del campo, da a todos los hombres el pan de cada día.
-Creador de todas las cosas, que nos
has encomendado el cuidado tu obra, concede a los trabajadores disfrutar
dignamente del fruto de su trabajo.
-Dios de bondad, que quieres la
santificación y felicidad de todos tus hijos, concede abundante paz y
misericordia a cuantos sufren.
Oración:
Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio,
porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y
verdadero. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
* * *
CREER EN JESÚS Y SEGUIRLO
Benedicto XVI, Ángelus del día 13-IX-2009
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo XXIV del tiempo
ordinario (Ciclo B) la Palabra de Dios nos interpela con dos cuestiones
cruciales que resumiría así: «¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?». Y a
continuación: «¿Tu fe se traduce en obras o no?». El primer interrogante
lo encontramos en el Evangelio de hoy, cuando Jesús pregunta a sus
discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29). La respuesta
de Pedro es clara e inmediata: «Tú eres el Cristo», esto es, el Mesías,
el consagrado de Dios enviado a salvar a su pueblo. Así pues, Pedro y
los demás Apóstoles, a diferencia de la mayor parte de la gente, creen
que Jesús no es sólo un gran maestro o un profeta, sino mucho más. Tienen fe: creen que en él está presente y actúa Dios.
Inmediatamente después de esta
profesión de fe, sin embargo, cuando Jesús por primera vez anuncia
abiertamente que tendrá que padecer y morir, el propio Pedro se opone a
la perspectiva de sufrimiento y de muerte. Entonces Jesús tiene que
reprocharle con fuerza para hacerle comprender que no basta creer que él es Dios, sino que, impulsados por la caridad, es necesario seguirlo
por su mismo camino, el de la cruz (cf. Mc 8,31-33). Jesús no vino a
enseñarnos una filosofía, sino a mostrarnos una senda; más aún, la senda que conduce a la vida.
Esta senda es el amor, que es la
expresión de la verdadera fe. Si uno ama al prójimo con corazón puro y
generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios. En cambio, si
alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un
verdadero creyente. Dios no habita en él. Lo afirma claramente Santiago
en la segunda lectura de la misa de este domingo: «La fe, si no tiene
obras, está realmente muerta» (Sant 2,17). Al respecto me agrada citar
un escrito de san Juan Crisóstomo, uno de los grandes Padres de la
Iglesia que el calendario litúrgico nos invita hoy a recordar.
Justamente comentando el pasaje citado de la carta de Santiago,
escribe: «Uno puede incluso tener una recta fe en el Padre y en el Hijo,
así como en el Espíritu Santo, pero si carece de una vida recta, su fe
no le servirá para la salvación. Así que cuando lees en el Evangelio:
"Esta es la vida eterna: que te conozcan ti, el único Dios verdadero"
(Jn 17,3), no pienses que este versículo basta para salvarnos: se
necesitan una vida y un comportamiento purísimos».
Queridos amigos, mañana celebraremos
la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y al día siguiente la
Virgen de los Dolores. La Virgen María, que creyó en la Palabra del
Señor, no perdió su fe en Dios cuando vio a su Hijo rechazado, ultrajado
y crucificado. Antes bien, permaneció junto a Jesús, sufriendo y
orando, hasta el final. Y vio el alba radiante de su Resurrección.
Aprendamos de ella a testimoniar nuestra fe con una vida de humilde
servicio, dispuestos a sufrir en carne propia por permanecer fieles al
Evangelio de la caridad y de la verdad, seguros de que nada de cuanto
hagamos se pierde.
En el Evangelio proclamado este
domingo hemos escuchado a san Pedro hacer una especial profesión de fe
en Jesús: «Tú eres el Mesías». A lo que el Señor añade que su mesianismo
y su misión redentora tienen que ir unidos al sacrificio de la cruz. Os
invito hermanos a acoger con un corazón bien dispuesto el misterio
pascual de Cristo, que nos une íntimamente a su Persona, en el amor
desinteresado a los hermanos y en el servicio humilde a nuestro prójimo.
* * *
LA PERFECCIÓN CONSISTE EN EL AMOR DE DIOS
De las máximas de san José de Copertino
A toda persona piadosa le corresponde
amar a Dios sobre todas las cosas, alabarle con sus palabras y
distinguirse con el buen ejemplo. Quien desee emprender la vida de
piedad o religiosa, sepa que sólo llegará a la perfección si logra el
amor de Dios. Quien posee la caridad, aunque sea ignorante, se
enriquece; careciendo de ella, nunca será feliz. Aprendamos del sol, que
con los mismos rayos da verdor a las plantas y a la fronda de los
árboles, manteniéndolos, sin embargo, a cada uno de ellos en su propia
naturaleza: así la gracia de Dios, con la misma luz embellece al hombre
con la perfección moral y también le enciende en el amor de caridad,
haciéndole grato a sus ojos, y, sin dañar su naturaleza humana, le
sublima.
Por otra parte, poseemos la voluntad,
que el hombre puede ejercer a su pleno albedrío y que recibió su don
gratuito del mismo Dios desde la creación, pero de la que tendrá que
rendir estrecha cuenta a su Señor. Siempre que el hombre se ejercita en
actos de virtud, ayudado de la divina gracia, de la que procede todo
bien, tenga presente esto: que ejerciendo el pleno dominio de su
libertad complace a Dios, pero, si renuncia a su voluntad para colocarse
en los brazos amorosos del Señor, le agrada más y se perfecciona en
mayor escala.
Como árbol fértil, que cultivado con
esmero produce abundantes frutos, así también el hombre, esforzándose
cuidadosamente en seguir las huellas de Cristo, cosechará obras
consumadas de santidad y se enriquecerá de virtudes cristianas, que
servirán a su vez de ejemplo y aliento al prójimo en el servicio de
Dios. Es provechoso saber que es un signo especial de predilección, que
Dios concede a los que ama, el soportar con valentía y por su amor las
adversidades y contratiempos que ofrece la vida presente. Nuestro Señor
Jesucristo fue el modelo perfecto, que sufrió acerbísimos dolores por
nosotros, y nos dio ejemplo acabado, queriendo también asociarnos a su
pasión con los nuestros. No olvides tampoco: si quieres ser oro, sólo la
tribulación purifica las escorias; si hierro, también el sufrimiento
desprende el orín.
Contempla las aves del cielo: para
alimentarse necesitan bajar al suelo, pero se remontan pronto con vuelo
veloz hacia las alturas. Del mismo modo, los siervos de Dios, cuando la
necesidad les urja, que se ocupen de los asuntos de este mundo, pero a
condición de que sepan elevarse cuanto antes con la mente hacia su Señor
para alabarle y glorificarle. Fíjate de nuevo en las aves, las cuales
también pisan tierras encenagadas, pero lo hacen con tanto cuidado que
consiguen no enfangarse en ellas. De la misma forma, el hombre, que no
se manche en lo que pueda inquietar el alma; manteniendo incontaminados
los afectos del corazón, elévela hacia lo alto, y con santa operación
glorifique al Altísimo Señor.
* * *
«LOS SIERVOS DE DIOS
HONREN A LOS CLÉRIGOS» (I) por Kajetan Esser, OFM
En la vida de nuestro padre san Francisco destaca fuertemente su voluntad de vivir siguiendo en todo la forma del santo evangelio.
Francisco quiso vivir la forma de vida que con su palabra y su vida
entera nos proclamó Cristo, el Hombre-Dios. Y lo que nos ha ido
explicando Francisco en sus Admoniciones
no es otra cosa que «la vida del evangelio de Jesucristo» (1 R Pról 2).
En ellas nos ha indicado desde distintos puntos de vista cómo el
espíritu del evangelio debe penetrar, modelar y perfeccionar nuestra
vida de cada día. Lo ha hecho, además, con un carisma arrebatador.
Pero, a diferencia de muchos
contemporáneos suyos que también sentían una honda preocupación
religiosa, Francisco no quiso vivir esta forma de vida a su arbitrio,
según su propio criterio. Dichos contemporáneos estaban, sin duda,
animados por un ideal, pero la pasión y el aferramiento a sus propias
ideas los puso en conflicto con la Iglesia, de la que terminaron
separándose. Francisco era conocedor de tales conflictos. Sus escritos,
incluido su Testamento, nos muestran nítidamente cómo previó la
posibilidad de que este peligro se infiltrara entre sus frailes. Por eso
procuró muchas veces, y con gran solicitud, prevenirles del mismo.
Impulsado por esta inquietud coloca,
para su vida y la de sus hermanos, junto a la «forma del santo
evangelio» que Dios le había revelado (Test 14), la «forma de la santa
Iglesia romana». En respuesta a la llamada de Dios quiere «seguir las
huellas de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 1,1); pero también quiere
seguir «las huellas venerandas» de la santa madre Iglesia (2 Cel 24).
Como los cátaros de su tiempo, quiere vivir una vida según la forma
evangélica; pero, a diferencia de ellos, quiere vivirla en la Iglesia y de acuerdo con la misma. La Admonición 26 es una expresión muy elocuente de esta preocupación de Francisco.
Antes que nada, indiquemos algo
importante. Es evidente que Francisco no vivió después del concilio
Vaticano II, sino en la baja Edad Media. Por eso, está firmemente
persuadido de que la Iglesia es la madre que nos da la vida, la madre
que nos instruye con la Palabra de Dios, la madre a la que debemos
profesar una obediencia filial. Por eso, la madre Iglesia se le
hace visible sobre todo en los acontecimientos sacramentales, en los
sacerdotes, administradores de los misterios de Dios, en los «clérigos»,
como suele llamarlos en general. Su actitud hacia los «clérigos»
preserva y pone en práctica su veneración y amor a la madre Iglesia. Su
actitud hacia los «clérigos» confirma su obediencia y sumisión a la
Iglesia. De ahí su obediencia al papa, así como al cardenal protector,
por ser el representante del papa, su «papa» como él lo llamaba; de ahí
su profundísima veneración a los obispos y sacerdotes. En estrecha unión
con todos ellos y, por tanto, con la Iglesia es como Francisco quiere
«observar el santo evangelio de nuestro señor Jesucristo», «siempre
sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe
católica» (2 R 12,4). De esta gran preocupación suya es de lo que trata
en la Admonición 26.
La «Iglesia», por tanto, no es para
él algo etéreo, inconcreto y genérico, no es algo intangible y, en
definitiva, inasible. Para Francisco la Iglesia se hace carne viva en
los intermediarios de la salvación establecidos por Dios: los
«clérigos». Por eso afirma:
Dichoso el siervo que mantiene la
fe en los clérigos que viven verdaderamente según la forma de la Iglesia
romana. Y ¡ay de aquellos que los desprecian! (Adm 26,1-2).
[Cf. Texto completo en http://www.franciscanos.org/iglesia/esserk2.html]
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