Translate

sábado, 17 de septiembre de 2016

Año Cristiano Franciscano DÍA 18 DE SEPTIEMBRE

                                      Año Cristiano Franciscano

DÍA 18 DE SEPTIEMBRE

 


.
SAN JOSÉ DE COPERTINO . Nació el año 1603 en Copertino, pueblo del sur de Italia, de familia pobre y honrada. Desde joven mostró tener muy escasas las dotes intelectuales y las habilidades manuales. Superando muchas dificultades ingresó en la Orden de los franciscanos conventuales y sólo gracias a la fuerte ayuda de Dios llegó al presbiterado. Tras su ordenación sacerdotal se entregó de lleno al sagrado ministerio, inflamado en celo de las almas. Adornado de carismas singulares, éxtasis y levitaciones, por lo que es conocido como el «Santo de los vuelos», los superiores tuvieron que cambiarlo con frecuencia de un convento a otro, huyendo del fanatismo popular. Descolló por su obediencia, humildad, paciencia y caridad para con los necesitados de Dios. Manifestó ardiente devoción a los misterios de la vida de Cristo, en especial la Eucaristía, y a la Madre de Dios. Sus biógrafos dicen que lograba transmitir su santa y franciscana alegría mediante el modo de orar, enriquecido por atractivas composiciones musicales y versos populares que entusiasmaban a sus oyentes, reavivando su devoción. Murió en Ósimo (Marcas) en 1663.- Oración: Dios de misericordia, que con admirable sabiduría has querido que tu Hijo, al ser levantado de la tierra, atrajera todas las cosas hacia él, concédenos, por intercesión de san José de Copertino, tender a la perfección que nos has propuesto en la persona de tu Hijo, y vernos libres de la malicia de este mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATOS AMBROSIO MARÍA DE TORRENTE Y CUATRO COMPAÑEROS, MÁRTIRES. Todos ellos eran naturales de Torrent, provincia de Valencia en España, Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores, los dos primeros sacerdotes y los otros tres hermanos laicos. Fueron fusilados por los milicianos el 18 de septiembre de 1936 en Montserrat (Valencia), y beatificados por Juan Pablo II en 2001 entre los mártires amigonianos y otros muchos. Ambrosio (en el siglo, Salvador Chuliá Ferrandis) nació en 1866 y, siendo ya diácono, ingresó en los Terciarios Capuchinos. Tenía una amplia cultura y, por su carácter, era más proclive a obedecer que a mandar. En su ministerio destacó como consejero, director espiritual y confesor. A la hora de afrontar el martirio, demostró una gran entereza animando a sus compañeros y perdonando a sus verdugos. Valentín María de Torrente (en el siglo, Vicente Jaunzarás Gómez) nació en 1896. Entró de joven en los Terciarios Capuchinos, con los que se había educado. Ordenado de sacerdote, ejerció su ministerio preferentemente en centros de su Congregación, dedicados a la ayuda de la juventud desorientada. Era un gran pedagogo, de recia personalidad y carácter alegre. Francisco María de Torrente (en el siglo, Justo Lerma Martínez) nació en 1886, desde pequeño estuvo relacionado con los Terciarios Capuchinos y en 1905 vistió su hábito como hermano laico. En los colegios de Yuste y Madrid puso de manifiesto sus grandes dotes pedagógicas. Fue un religioso trabajador, sencillo, piadoso. Recaredo María de Torrente (en el siglo, José María López Mora) nació el año 1874, e ingresó en los amigonianos en 1889 como hermano laico. En el apostolado en diversas escuelas, demostró sus dotes naturales para la educación de la juventud desadaptada. Los últimos años de su vida se centró en el catecismo y la escuela para niños pobres, las visitas a los enfermos y los encarcelados. Modesto María de Torrente (en el siglo, Vicente Gay Zarzo) nació el año 1885. En 1903 vistió el hábito de Terciario Capuchino como hermano laico. Alternó primero los trabajos de albañilería con la atención a los jóvenes postulantes. Luego se dedicó a la enseñanza de las primeras letras a los niños y a la administración de la casa. Sus virtudes características fueron la obediencia y la laboriosidad.
* * *

Santa Ariadna


 Fue martirizada en Prymnesso de Frigia (Turquía) en una fecha desconocida de los primeros siglos de la Iglesia.
Santo Domingo Trach. Nació en Ngai-Voi (Vietnam) el año 1792, profesó en la Orden de Predicadores o Dominicos en 1825 y, una vez ordenado de sacerdote, estuvo ejerciendo su apostolado catorce años en distintos distritos y fue director espiritual del seminario. Cuando se desató la persecución religiosa, siguió trabajando en la clandestinidad, en medio de grandes peligros. Lo detuvieron y no consiguieron, a pesar de las amenazas y torturas, que apostatara ni que pisara la cruz. Lo condenaron a muerte y lo decapitaron en la ciudad de Nam Dinh (Vietnam) el 18 de septiembre de 1840.
San Eumenio. Obispo de Gortina, en la isla de Creta, en el siglo VII.
San Eustorgio. Fue obispo de Milán antes del año 355. San Atanasio elogió su confesión de la verdadera fe contra la herejía arriana.
San Ferreolo de Limoges. Fue obispo de Limoges (Francia) y murió el año 591. Libró de un inminente peligro de muerte a Marcos, refrendario del rey Childeberto, a quien el pueblo quería matar.
San Ferreolo de Vienne. Según la tradición, era tribuno romano en Vienne (Francia) y, en tiempo de persecución, se negó a detener a los cristianos. Detenido por orden del prefecto, fue cruelmente azotado y encarcelado. Consiguió escaparse, pero fue capturado por sus perseguidores y luego decapitado. Su vida se sitúa en el siglo III.
San Océano. Sufrió el martirio en Nicomedia de Bitinia (Turquía), en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.
Santa Ricarda. Nació hacia el año 840, hija del duque de Alsacia. Contrajo matrimonio con Carlos el Gordo, que sería rey de Francia y Alemania, y emperador en el 881. Era piadosa y bondadosa, fomentó la vida monacal, ayudó a los monasterios y fundó el de Andlau en Alsacia (Francia). Víctima de una calumnia y después viuda, se retiró al monasterio que había fundado, integrándose en la vida de comunidad y haciendo obras de misericordia a favor de los pobres. Murió el 18 de septiembre parece que del año 895.
San Senario. Obispo de Avranches (Baja Normandía, Francia) en el siglo VI.
Beato Carlos Eraña Guruceta. Nació en Aozaraza-Arachavaleta, provincia de Guipúzcoa en España, el año 1884. Ingresó en la Compañía de María (Marianistas) y en 1903 emitió sus primeros votos. Obtuvo el título de maestro y a partir de 1904 se entregó a la educción cristiana en diversos centros marianistas, y más tarde fue director. Se ganó el afecto y estima de los alumnos y de sus familias, y cuidó la formación de los jóvenes profesores marianistas. La persecución religiosa de 1936 le sorprendió en el Colegio del Pilar de Madrid. Vivió un mes en un ambiente de persecución abierta, hasta que lo detuvieron los milicianos. En la madrugada del 18 de agosto de 1936 lo fusilaron en Alarcos, cerca de Ciudad Real.
Beatos David Okelo y Gildo Irwa. Eran dos jóvenes cristianos ugandeses. David nació en 1902, hijo de padres paganos, pero se convirtió al cristianismo y se bautizó en 1916; luego se ofreció para catequista. Gildo nació en 1906, hijo de padres paganos, fue catecúmeno desde niño y se bautizó en 1916; se fue a vivir con los misioneros, que le encomendaron el ministerio de la catequesis junto con David. Los dos se desvivieron en su labor evangelizadora con los jóvenes y catecúmenos que les encomendaron los misioneros hasta que, el 18 de septiembre de 1918, los mataron con sus lanzas los paganos en la aldea de Paimol, cerca de la misión de Kalongi (Uganda). Fueron beatificados el año 2002.
Beatos Fernando García Sendra y José García Mas. Los dos eran sacerdotes seculares de la diócesis de Valencia (España). Fernando nació en Pego (Alicante) en 1905. De pequeño entró en el seminario franciscano de Benissa (Alicante), pero tuvo que volver a casa por una enfermedad. Entró más tarde en el seminario diocesano de Valencia y se ordenó de sacerdote en 1931. Era un sacerdote celoso y padre para todos, enamorado de la Eucaristía, de la Virgen y de san José. Llegada la persecución religiosa, se retiró a casa de sus padres. Lo detuvieron el 18 de septiembre de 1936 y lo fusilaron en «La Pedrera», término de Gandía (Valencia); no murió en el acto, y después lo remataron los milicianos. José nació en Pego el año 1896. También se educó en los franciscanos y fue seminarista en Benissa, hasta que la enfermedad lo devolvió a su casa. Ingresó en el seminario diocesano de Valencia y recibió la ordenación sacerdotal en 1923. Después de ejercer el ministerio en otros destinos, lo nombraron capellán de la iglesia del Ecce-Homo de Pego, máxima devoción del pueblo. Destacó en particular por su atención a los pobres y enfermos. Lo detuvieron y en la cárcel se encontró con otros sacerdotes y religiosos. Lo asesinaron junto con el beato Fernando.
Beato José Kut. Nació en Slawin (Polonia) el año 1905. En 1924 ingresó en el seminario diocesano de Poznan y se ordenó de sacerdote en 1929. Ejerció el ministerio en varias parroquias. Era un sacerdote muy celoso y responsable. Llegada la guerra, su casa fue objeto de un brutal atentado por parte de un grupo de alemanes. Como él no se retiró de la parroquia, lo arrestaron el 6 de octubre de 1941, lo torturaron y lo llevaron al campo de exterminio de Dachau (Alemania), donde murió de miseria y extenuación el 18 de septiembre de 1942.
Beato Salvador Fernández Pérez. Nació en San Pedro de Creciente (Pontevedra, España) el año 1870. En 1891 hizo la profesión religiosa en los Salesianos de Don Bosco, y en 1896 recibió la ordenación sacerdotal. De carácter jovial, entusiasta, servicial, ejerció el sagrado ministerio con celo y espíritu de sacrificio. Al comenzar la persecución religiosa en julio de 1936 fue maltratado y detenido en Madrid. Puesto en libertad, buscó refugio. El 18 de septiembre de 1936 fue reconocido como sacerdote, detenido y fusilado en la capital de España.

                                                               

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a la gente y a sus discípulos: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvara» (Mc 8,34-35).

Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Testamento: «A todos los sacerdotes quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero en ellos considerar pecado, porque discierno en ellos al Hijo de Dios, y son señores míos. Y lo hago por esto, porque nada veo corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo Cuerpo y su santísima Sangre, que ellos reciben y ellos solos administran a los otros» (Test 8-10).

Orar con la Iglesia:
Invoquemos a Dios, el Padre de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, y presentémosle humildes y confiados nuestras súplicas.
-Padre santo, que te revelaste en el Verbo encarnado, haz que cada día conozcamos mejor a tu Hijo, Dios y hombre verdadero.
-Padre celestial, que alimentas a las aves del cielo y engalanas la hierba del campo, da a todos los hombres el pan de cada día.
-Creador de todas las cosas, que nos has encomendado el cuidado tu obra, concede a los trabajadores disfrutar dignamente del fruto de su trabajo.
-Dios de bondad, que quieres la santificación y felicidad de todos tus hijos, concede abundante paz y misericordia a cuantos sufren.
Oración: Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
* * *
CREER EN JESÚS Y SEGUIRLO

Benedicto XVI, Ángelus del día 13-IX-2009
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo XXIV del tiempo ordinario (Ciclo B) la Palabra de Dios nos interpela con dos cuestiones cruciales que resumiría así: «¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?». Y a continuación: «¿Tu fe se traduce en obras o no?». El primer interrogante lo encontramos en el Evangelio de hoy, cuando Jesús pregunta a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29). La respuesta de Pedro es clara e inmediata: «Tú eres el Cristo», esto es, el Mesías, el consagrado de Dios enviado a salvar a su pueblo. Así pues, Pedro y los demás Apóstoles, a diferencia de la mayor parte de la gente, creen que Jesús no es sólo un gran maestro o un profeta, sino mucho más. Tienen fe: creen que en él está presente y actúa Dios.
Inmediatamente después de esta profesión de fe, sin embargo, cuando Jesús por primera vez anuncia abiertamente que tendrá que padecer y morir, el propio Pedro se opone a la perspectiva de sufrimiento y de muerte. Entonces Jesús tiene que reprocharle con fuerza para hacerle comprender que no basta creer que él es Dios, sino que, impulsados por la caridad, es necesario seguirlo por su mismo camino, el de la cruz (cf. Mc 8,31-33). Jesús no vino a enseñarnos una filosofía, sino a mostrarnos una senda; más aún, la senda que conduce a la vida.
Esta senda es el amor, que es la expresión de la verdadera fe. Si uno ama al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios. En cambio, si alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no habita en él. Lo afirma claramente Santiago en la segunda lectura de la misa de este domingo: «La fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (Sant 2,17). Al respecto me agrada citar un escrito de san Juan Crisóstomo, uno de los grandes Padres de la Iglesia que el calendario litúrgico nos invita hoy a recordar. Justamente comentando el pasaje citado de la carta de Santiago, escribe: «Uno puede incluso tener una recta fe en el Padre y en el Hijo, así como en el Espíritu Santo, pero si carece de una vida recta, su fe no le servirá para la salvación. Así que cuando lees en el Evangelio: "Esta es la vida eterna: que te conozcan ti, el único Dios verdadero" (Jn 17,3), no pienses que este versículo basta para salvarnos: se necesitan una vida y un comportamiento purísimos».
Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y al día siguiente la Virgen de los Dolores. La Virgen María, que creyó en la Palabra del Señor, no perdió su fe en Dios cuando vio a su Hijo rechazado, ultrajado y crucificado. Antes bien, permaneció junto a Jesús, sufriendo y orando, hasta el final. Y vio el alba radiante de su Resurrección. Aprendamos de ella a testimoniar nuestra fe con una vida de humilde servicio, dispuestos a sufrir en carne propia por permanecer fieles al Evangelio de la caridad y de la verdad, seguros de que nada de cuanto hagamos se pierde.
En el Evangelio proclamado este domingo hemos escuchado a san Pedro hacer una especial profesión de fe en Jesús: «Tú eres el Mesías». A lo que el Señor añade que su mesianismo y su misión redentora tienen que ir unidos al sacrificio de la cruz. Os invito hermanos a acoger con un corazón bien dispuesto el misterio pascual de Cristo, que nos une íntimamente a su Persona, en el amor desinteresado a los hermanos y en el servicio humilde a nuestro prójimo.
* * *
LA PERFECCIÓN CONSISTE EN EL AMOR DE DIOS
De las máximas de san José de Copertino
A toda persona piadosa le corresponde amar a Dios sobre todas las cosas, alabarle con sus palabras y distinguirse con el buen ejemplo. Quien desee emprender la vida de piedad o religiosa, sepa que sólo llegará a la perfección si logra el amor de Dios. Quien posee la caridad, aunque sea ignorante, se enriquece; careciendo de ella, nunca será feliz. Aprendamos del sol, que con los mismos rayos da verdor a las plantas y a la fronda de los árboles, manteniéndolos, sin embargo, a cada uno de ellos en su propia naturaleza: así la gracia de Dios, con la misma luz embellece al hombre con la perfección moral y también le enciende en el amor de caridad, haciéndole grato a sus ojos, y, sin dañar su naturaleza humana, le sublima.
Por otra parte, poseemos la voluntad, que el hombre puede ejercer a su pleno albedrío y que recibió su don gratuito del mismo Dios desde la creación, pero de la que tendrá que rendir estrecha cuenta a su Señor. Siempre que el hombre se ejercita en actos de virtud, ayudado de la divina gracia, de la que procede todo bien, tenga presente esto: que ejerciendo el pleno dominio de su libertad complace a Dios, pero, si renuncia a su voluntad para colocarse en los brazos amorosos del Señor, le agrada más y se perfecciona en mayor escala.
Como árbol fértil, que cultivado con esmero produce abundantes frutos, así también el hombre, esforzándose cuidadosamente en seguir las huellas de Cristo, cosechará obras consumadas de santidad y se enriquecerá de virtudes cristianas, que servirán a su vez de ejemplo y aliento al prójimo en el servicio de Dios. Es provechoso saber que es un signo especial de predilección, que Dios concede a los que ama, el soportar con valentía y por su amor las adversidades y contratiempos que ofrece la vida presente. Nuestro Señor Jesucristo fue el modelo perfecto, que sufrió acerbísimos dolores por nosotros, y nos dio ejemplo acabado, queriendo también asociarnos a su pasión con los nuestros. No olvides tampoco: si quieres ser oro, sólo la tribulación purifica las escorias; si hierro, también el sufrimiento desprende el orín.
Contempla las aves del cielo: para alimentarse necesitan bajar al suelo, pero se remontan pronto con vuelo veloz hacia las alturas. Del mismo modo, los siervos de Dios, cuando la necesidad les urja, que se ocupen de los asuntos de este mundo, pero a condición de que sepan elevarse cuanto antes con la mente hacia su Señor para alabarle y glorificarle. Fíjate de nuevo en las aves, las cuales también pisan tierras encenagadas, pero lo hacen con tanto cuidado que consiguen no enfangarse en ellas. De la misma forma, el hombre, que no se manche en lo que pueda inquietar el alma; manteniendo incontaminados los afectos del corazón, elévela hacia lo alto, y con santa operación glorifique al Altísimo Señor.
* * *
«LOS SIERVOS DE DIOS
HONREN A LOS CLÉRIGOS» (I)

por Kajetan Esser, OFM
En la vida de nuestro padre san Francisco destaca fuertemente su voluntad de vivir siguiendo en todo la forma del santo evangelio. Francisco quiso vivir la forma de vida que con su palabra y su vida entera nos proclamó Cristo, el Hombre-Dios. Y lo que nos ha ido explicando Francisco en sus Admoniciones no es otra cosa que «la vida del evangelio de Jesucristo» (1 R Pról 2). En ellas nos ha indicado desde distintos puntos de vista cómo el espíritu del evangelio debe penetrar, modelar y perfeccionar nuestra vida de cada día. Lo ha hecho, además, con un carisma arrebatador.
Pero, a diferencia de muchos contemporáneos suyos que también sentían una honda preocupación religiosa, Francisco no quiso vivir esta forma de vida a su arbitrio, según su propio criterio. Dichos contemporáneos estaban, sin duda, animados por un ideal, pero la pasión y el aferramiento a sus propias ideas los puso en conflicto con la Iglesia, de la que terminaron separándose. Francisco era conocedor de tales conflictos. Sus escritos, incluido su Testamento, nos muestran nítidamente cómo previó la posibilidad de que este peligro se infiltrara entre sus frailes. Por eso procuró muchas veces, y con gran solicitud, prevenirles del mismo.
Impulsado por esta inquietud coloca, para su vida y la de sus hermanos, junto a la «forma del santo evangelio» que Dios le había revelado (Test 14), la «forma de la santa Iglesia romana». En respuesta a la llamada de Dios quiere «seguir las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 1,1); pero también quiere seguir «las huellas venerandas» de la santa madre Iglesia (2 Cel 24). Como los cátaros de su tiempo, quiere vivir una vida según la forma evangélica; pero, a diferencia de ellos, quiere vivirla en la Iglesia y de acuerdo con la misma. La Admonición 26 es una expresión muy elocuente de esta preocupación de Francisco.
Antes que nada, indiquemos algo importante. Es evidente que Francisco no vivió después del concilio Vaticano II, sino en la baja Edad Media. Por eso, está firmemente persuadido de que la Iglesia es la madre que nos da la vida, la madre que nos instruye con la Palabra de Dios, la madre a la que debemos profesar una obediencia filial. Por eso, la madre Iglesia se le hace visible sobre todo en los acontecimientos sacramentales, en los sacerdotes, administradores de los misterios de Dios, en los «clérigos», como suele llamarlos en general. Su actitud hacia los «clérigos» preserva y pone en práctica su veneración y amor a la madre Iglesia. Su actitud hacia los «clérigos» confirma su obediencia y sumisión a la Iglesia. De ahí su obediencia al papa, así como al cardenal protector, por ser el representante del papa, su «papa» como él lo llamaba; de ahí su profundísima veneración a los obispos y sacerdotes. En estrecha unión con todos ellos y, por tanto, con la Iglesia es como Francisco quiere «observar el santo evangelio de nuestro señor Jesucristo», «siempre sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica» (2 R 12,4). De esta gran preocupación suya es de lo que trata en la Admonición 26.
La «Iglesia», por tanto, no es para él algo etéreo, inconcreto y genérico, no es algo intangible y, en definitiva, inasible. Para Francisco la Iglesia se hace carne viva en los intermediarios de la salvación establecidos por Dios: los «clérigos». Por eso afirma:
Dichoso el siervo que mantiene la fe en los clérigos que viven verdaderamente según la forma de la Iglesia romana. Y ¡ay de aquellos que los desprecian! (Adm 26,1-2).

                                                                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario