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domingo, 21 de agosto de 2016

Año Franciscano: Día 21 de agosto‏

SAN PÍO X, papa de 1903 a 1914. [Murió el 20 de agosto y su memoria se celebra el 21 del mismo mes]. José Sarto, que ese era su nombre de pila, nació en Riese (Treviso, Italia) el año 1835, de familia campesina. Estudió en el seminario de Padua y se ordenó de sacerdote en 1858. Ejerció diversos ministerios en su diócesis hasta que, en 1884, fue nombrado obispo de Mantua, y más tarde patriarca de Venecia. En 1903 fue elegido papa. Adoptó como lema de su pontificado «Instaurar todas las cosas en Cristo», consigna que, llevada a la práctica con espíritu de sencillez, pobreza y fortaleza, dio grandes frutos: impulsó la lectura de la Sagrada Escritura en lengua vulgar, alentó la participación en las celebraciones litúrgicas para las que renovó los libros y la música, promovió la ación misionera de los laicos, fomentó la primera comunión en edad temprana, publicó su Catecismo predicado antes por él mismo, simplificó la organización de la Curia, atajó los errores de su tiempo, combatió el modernismo. Murió en Roma el 20 de agosto de 1914.- Oración: Señor, Dios nuestro, que, para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al papa san Pío de sabiduría divina y fortaleza apostólica, concédenos que, siguiendo su ejemplo y su doctrina, podamos alcanzar la recompensa eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATA VICTORIA RASOAMANARIVO. Nació en Antananarivo, capital de Madagascar, el año 1848, en el seno de una familia pagana. Estaba emparentada con la familia real y era hija del comandante en jefe del ejército. En 1863 se convirtió al catolicismo y se bautizó. Al año siguiente la dieron en matrimonio a un hombre pagano, noble y rico, pero violento y de malas costumbres. Ella no quiso divorciarse, perdonó sus infidelidades y lo trató siempre con respeto y amor, y así consiguió que, en su lecho de muerte, se convirtiera y se bautizara. Fue protectora de la Iglesia, «padre y madre» para la comunidad católica, y colaboradora de los misioneros. Y cuando éstos fueron expulsados en 1883, socorrió con toda solicitud a los cristianos y defendió a la Iglesia ante las autoridades públicas. Murió en Antananarivo el 21 de agosto de 1894. Fue una mujer de profunda religiosidad, que pasaba muchas horas en la iglesia y se dedicó a innumerables obras de caridad en favor de los pobres, los prisioneros, los abandonados, los leprosos.
BEATO BRUNO ZEMBOL. Nació el año 1905 en Letownia, diócesis de Cracovia (Polonia), de padres campesinos. A los 17 años ingresó en los Franciscanos; terminada su formación y hecho el noviciado, profesó la Regla de San Francisco, como hermano laico, en 1928. Estuvo destinado en varios conventos, en los que ejerció sobre todo el oficio de cocinero. Tuvo como lema de su vida las palabas de san Francisco: «Grandes cosas prometimos, mayores nos están prometidas». En noviembre de 1937, los nazis lo arrestaron en Chelm Lubelski y lo encarcelaron en Lublin. A mitad de junio de 1940 lo confinaron en el campo de concentración de Sachsenhausen, y en diciembre del mismo año lo llevaron al de Dachau (Alemania), donde murió el 21 de agosto de 1942 agotado por las condiciones inhumanas del campo y las torturas. Es uno de los 108 Mártires de la II Guerra Mundial (1940-43) beatificados por Juan Pablo II en 1999.
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Santos Agatónico, Zótico y compañeros mártires. Según la tradición, Agatónico, Zótico y otros muchos cristianos sufrieron el martirio en diversos lugares de Tracia (en la actual Turquía) en el siglo III.
Santa Basa y sus hijos, mártires. Conmemoración de santa Basa y sus tres hijos, Teognio, Agapio y Pistio, que sufrieron el martirio durante la persecución de Diocleciano en el siglo IV. El de la madre tuvo lugar en la isla de Alone, y el de los hijos en Edesa, en la antigua Siria.
Santos Bernardo (Ahmed), María (Zaida) y Gracia (Zoraida). Son tres hermanos, naturales de Carlet (Valencia, España), que se convirtieron del Islam al Cristianismo. Bernardo, en un viaje a Cataluña, se convirtió y profesó como monje en el monasterio cisterciense de Poblet. Vuelto a su tierra natal, consiguió convertir a la fe cristiana a sus dos hermanas. Los tres fueron martirizados en Alcira (Valencia) el 21 de agosto de 1180.
Santa Ciríaca de Roma. Dama romana de gran religiosidad, que dio su nombre al cementerio de la Vía Tiburtina en el Campo Verano, que ella misma había cedido a la Iglesia. Siglo III/IV.
San Cuadrado. Obispo y mártir de Útica en África (en la actual Túnez). Ante la persecución, exhortó a sus fieles a afrontar con entereza el martirio y, en efecto, un grupo numeroso de ellos, clérigos y laicos, dieron fiel testimonio de Cristo y fueron martirizados (cf. día 18). Días después, también el obispo fue sacrificado como represalia contra la fe cristiana. Era el año 258.
San Euprepio. Primer obispo de la ciudad de Verona (Italia) en el siglo III/IV.
San José Dang Dinh (Nien) Vien. Nación en Tien-Chu (Vietnam) el año 1787 en el seno de una familia cristiana. Estudió en el seminario de Luc-Thuy y recibió la ordenación sacerdotal en 1821. Ejerció el ministerio en la comunidad de Dong-Bai, con mucha cautela ante la persecución religiosa del emperador Minh Mang, y con gran celo y provecho, hasta que lo arrestaron en 1838 por unas cartas, de carácter netamente religioso, que le interceptaron. Le exigieron que delatara al obispo y que apostatara pisoteando la cruz. Él se mantuvo firme en la fe a pesar de las torturas. Lo decapitaron en Hung-Yen 21 de agosto de 1838.
San Luxorio. Sufrió el martirio en Fordingiano, población de la isla de Cerdeña (Italia), en el siglo IV.
San Privado. Era obispo de Gévaudan, actual diócesis de Mende (Francia), cuando tuvo lugar la invasión de los alamanes, que perseguían a los cristianos. Privado se escondió en una gruta y se dedicó a la oración y el ayuno, implorando la misericordia de Dios. Cuando lo detuvieron, se negó a pedir a la guarnición de Grèce que se rindiera, a delatar a la comunidad cristiana y a adorar a los ídolos. Lo azotaron con tal crueldad, que murió poco después. Era el año 407.
San Sidonio Apolinar. Nació el año 431 en Lyon (Francia), en el seno de una familia rica de rango senatorial. Estudió en Lyon y Arlés. Contrajo matrimonio con Papialina, hijo del emperador Avito, y tuvieron cuatro hijos. El año 468 lo hicieron prefecto de la ciudad de Roma. Volvió a la Galia y en el 471 fue elegido obispo de Clermont-Ferrand (Auvernia). Era un hombre versado en las ciencias sagradas y profanas, que nos dejó poemas y cartas. Como verdadero padre de todos y doctor insigne, procuró el bien de sus fieles, y se opuso al rey arriano Eurico, que lo confinó junto a Carcasona. Murió hacia el año 479.
Beato Jorge Camilo García, Marista. Nació en Cuadros (León) en 1916. Emitió sus primeros votos el 15-VIII-1935 y enseguida lo destinaron al colegio San José de la calle Fuencarral de Madrid, donde se encargó de los alumnos más pequeños. Cuando los milicianos asaltaron el colegio el 20-VII-1936, estaba en cama, enfermo de tifus; no obstante, lo encarcelaron. A principios de 1937 lo dejaron en libertad. Tuvo que hacer el servicio militar; estando en un cuartel de Hortaleza, los jefes militares descubrieron que era un religioso y lo fusilaron el 21 de agosto de 1937 en el patio del cuartel. Tenía 21 años. Beatificado el 13-X-2013.
Beatos Juan Cuscó y Pedro Sadurní. Los dos eran miembros de la congregación Hijos de la Sagrada Familia, sacerdotes, competentes y apreciados profesores y educadores en diversos centros suyos. Cuando estalló la persecución religiosa, estaban de familia en el colegio San José, de Tremp (Lérida), del que el P. Juan era superior y director. Intentaron cruzar la frontera para marchar a Roma, pero fueron detenidos y encarcelados. El 21 de agosto de 1936 fueron asesinados en el cementerio de Lérida. Juan Cuscó nació en La Granada del Penedés (Barcelona) en 1872. Además de poseer excelentes cualidades pedagógicas, era buen confesor y director de almas. Pedro Sadurní nació en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) en 1883. Dotado de un talento privilegiado, fue muy estimado como profesor de ciencias. Beatificados el 13-X-2013.
Beato Juan Vernet. Nació en Vilella Alta (Tarragona) en 1899. Ingresó en el seminario de Tarragona a los doce años, en 1921 hizo el servicio militar en África, fue ordenado sacerdote en 1926. Ejerció su ministerio en varios destinos, siendo último el de La Morera de Montsant. Afrontó con serenidad y valor la persecución religiosa, abandonado en las manos de Dios. Tuvo que marchar a su pueblo y refugiarse en una casita de campo con otro sacerdote. El 21 de agosto de 1936, cuando se dirigían a Montblanc, fueron detenidos los dos sacerdotes y asesinados con saña en Juncosa (Lérida). Beatificado el 13-X-2013.
Beato Ladislao Findysz. Nació en Polonia el año 1907. De joven ingresó en el seminario de Przemysl y recibió la ordenación sacerdotal en 1932. Ejerció su ministerio en sucesivas parroquias hasta llegar a la de San Pedro y San Pablo de Nowy Zmigrog. En octubre de 1944 fue expulsado con todos los habitantes del pueblo por los nazis. Regresó al año siguiente y se dedicó a reorganizar su feligresía y a ayudar a los necesitados. Las nuevas autoridades, comunistas, empezaron a molestarlo en 1952 y en noviembre de 1963 lo detuvieron y lo condenaron a dos años y medio de reclusión. En muy mal estado de salud se le permitió volver a casa, en la que murió el 21 de agosto de 1964. Fue beatificado como mártir el año 2005.
Beato Ramón Peiró Victori. Nació en Aiguafreda (Barcelona) el año 1891. Huérfano de padre, ingresó con su hermano, el beato mártir Miguel Peiró, en un Colegio de los Padres de la Sagrada Familia. En 1907 vistió el hábito de los Dominicos. Recibió la ordenación sacerdotal en 1915. Trabajó en varios centros dedicados a la formación de los futuros dominicos. Desde finales de 1927 estuvo su convento de Barcelona. Dirigió asociaciones, atendió a diferentes comunidades de religiosas, inculcó en los jóvenes la devoción a la Eucaristía y a la Virgen, era afable y sencillo con todos. En la guerra civil, lo detuvieron los milicianos, que lo fusilaron en el paraje «El Morrot», en la zona del puerto de Barcelona, el 21 de agosto de 1936.
Beato Salvador Estrugo Solves. Nació en Bellreguat, provincia de Valencia en España, el año 1862, en el seno de una familia de labradores. Ingresó de niño en el seminario de Valencia y recibió la ordenación sacerdotal en 1888. Ejerció el ministerio parroquial en varios pueblos y, a partir de 1931, fue capellán del Hospital de Alberique. A raíz de la persecución religiosa de 1936, quedó como único sacerdote en el pueblo, y con mucha discreción estuvo atendiendo a los feligreses, hasta que el 10 de agosto de 1936, fiesta de San Lorenzo, Patrón de Alberique, lo detuvieron los milicianos y lo condujeron a la cárcel, y allí lo asesinaron.

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PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a Pedro en la Última Cena: -¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22,31-32).
Pensamiento franciscano:
Dice santa Clara en su Regla: -Las hermanas estén firmemente obligadas a tener siempre como gobernador, protector y corrector nuestro, al cardenal de la santa Iglesia Romana que haya sido asignado a los Hermanos Menores por el señor Papa, para que, siempre súbditas y sujetas a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, guardemos perpetuamente la pobreza y la humildad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre y el santo Evangelio, que firmemente hemos prometido (RCl 12,12-13).
Orar con la Iglesia:
Oremos al Señor, nuestro Dios, en la conmemoración de san Pío X, papa.
-Por la Iglesia, necesitada siempre de reforma en sus instituciones y de conversión en sus miembros.
-Por los presbíteros, colaboradores de los obispos, responsables de la misión pastoral en las diócesis.
-Por los laicos comprometidos en la acción misionera de la Iglesia.
-Por la multitud de los bautizados que viven al margen de la fe y de la Iglesia.
-Por todos los creyentes, llamados a participar en la solicitud pastoral de la Iglesia.
Oración: Escucha, Señor, nuestras súplicas, que hoy te dirigimos confiando en la valiosa intercesión de san Pío X, y concédenos lo que te pedimos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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SANTOS A LOS QUE INVOCAR E IMITAR
Catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del 20 de agosto de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
Cada día la Iglesia ofrece a nuestra consideración uno o más santos y beatos a los que invocar e imitar. En esta semana, por ejemplo, recordamos algunos muy apreciados por la devoción popular. San Juan Eudes (19), que frente al rigorismo de los jansenistas -en el siglo XVII- promovió una tierna devoción, cuyas fuentes inagotables indicó en los sagrados Corazones de Jesús y de María.
San Bernardo de Claraval (20), a quien el Papa Pío VIII llamó «doctor melifluo» porque destacaba en «hacer destilar de los textos bíblicos el sentido que se encontraba escondido en ellos». A este místico, deseoso de vivir sumergido en el «valle luminoso» de la contemplación, los acontecimientos lo llevaron a viajar por Europa para servir a la Iglesia en las necesidades de su tiempo y para defender la fe cristiana. Ha sido definido también como «doctor mariano», no porque haya escrito muchísimo sobre la Virgen, sino porque supo captar su papel esencial en la Iglesia, presentándola como el modelo perfecto de la vida monástica y de todas las demás formas de vida cristiana.
San Pío X (21), que vivió en un periodo histórico atormentado. De él Juan Pablo II dijo, cuando visitó su pueblo natal en 1985: «Luchó y sufrió por la libertad de la Iglesia, y por esta libertad se manifestó dispuesto a sacrificar privilegios y honores, a afrontar incomprensión y escarnios, puesto que valoraba esta libertad como garantía última para la integridad y la coherencia de la fe».
Santa María Reina (22), memoria instituida por el siervo de Dios Pío XII en el año 1954, y que la renovación litúrgica impulsada por el concilio Vaticano II puso como complemento de la festividad de la Asunción, ya que ambos privilegios forman un único misterio.
Y santa Rosa de Lima (23), la primera santa canonizada del continente latinoamericano, del que es patrona principal. Santa Rosa solía repetir: «Si los hombres supieran qué es vivir en gracia, no se asustarían de ningún sufrimiento y aguantarían con gusto cualquier pena, porque la gracia es fruto de la paciencia». Murió a los 31 años, en 1617, tras una breve existencia llena de privaciones y sufrimiento, en la fiesta del apóstol san Bartolomé, del que era muy devota porque había sufrido un martirio particularmente doloroso.
Así pues, queridos hermanos y hermanas, día tras día la Iglesia nos ofrece la posibilidad de caminar en compañía de los santos. Hans Urs von Balthasar escribió que los santos constituyen el comentario más importante del Evangelio, su actualización en la vida diaria; por eso representan para nosotros un camino real de acceso a Jesús. El escritor francés Jean Guitton los describía como «los colores del espectro en relación con la luz», porque cada uno de ellos refleja, con tonalidades y acentos propios, la luz de la santidad de Dios. ¡Qué importante y provechoso es, por tanto, el empeño por cultivar el conocimiento y la devoción de los santos, así como la meditación diaria de la palabra de Dios y el amor filial a la Virgen!
El período de vacaciones constituye un tiempo útil para repasar la biografía y los escritos de algunos santos o santas en particular, pero cada día del año nos ofrece la oportunidad de familiarizarnos con nuestros patronos celestiales. Su experiencia humana y espiritual muestra que la santidad no es un lujo, no es un privilegio de unos pocos, una meta imposible para un hombre normal; en realidad, es el destino común de todos los hombres llamados a ser hijos de Dios, la vocación universal de todos los bautizados. La santidad se ofrece a todos; naturalmente no todos los santos son iguales: de hecho, como he dicho, son el espectro de la luz divina. Y no es necesariamente un gran santo el que posee carismas extraordinarios. En efecto, hay muchísimos cuyo nombre sólo Dios conoce, porque en la tierra han llevado una vida aparentemente muy normal.
Precisamente estos santos «normales» son los santos que Dios quiere habitualmente. Su ejemplo testifica que sólo cuando se está en contacto con el Señor se llena uno de su paz y de su alegría y se es capaz de difundir por doquier serenidad, esperanza y optimismo. Considerando la variedad de sus carismas, Bernanos, gran escritor francés a quien siempre fascinó la idea de los santos -cita a muchos en sus novelas- destaca que «cada vida de santo es como un nuevo florecimiento de primavera».
Que esto nos suceda también a nosotros. Así pues, dejémonos atraer por la fascinación sobrenatural de la santidad. Que nos obtenga esta gracia María, la Reina de todos los santos, Madre y refugio de los pecadores.
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LA VOZ DE LA IGLESIA QUE RESUENA DULCEMENTE
San Pío X, Constitución apostólica «Divino Afflatu»
Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano VIII como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo».
Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».
En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?
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LA DEVOCIÓN MARIANA DE SAN FRANCISCO
6. VIVENCIA DE LA PIEDAD MARIANA
por Kajetan Esser, ofm
Las biografías destacan con acentos particulares la predilección de Francisco por los lugares marianos, por las iglesias puestas bajo la protección de la Virgen. Tres de estas iglesitas las restauró personalmente. La más significativa e importante para la vida futura de Francisco y de su orden fue la ermita de Santa María de los Angeles, cerca de Asís, llamada Porciúncula. El santo no se cansaba de contárselo a sus hermanos: «Solía decir que por revelación de Dios sabía que la Virgen santísima amaba con especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en su honor a lo ancho del mundo, y por eso el santo la amaba más que a todas» (2 Cel 19). Este relato resalta inequívocamente que Francisco se afanaba con infantil sencillez en amar todo lo que sabía que María amaba. Y este amor era particularmente premiado precisamente en la Porciúncula. Por eso, lleno de confianza llevó a sus doce primeros hermanos a esta iglesita, «con el fin de que allí donde, por los méritos de la madre de Dios, había tenido su origen la orden de los menores, recibiera también -con su auxilio- un renovado incremento» (LM 4,5). Y aquí fijó su primera residencia, por su entrañable amor a la Madre bendita del Salvador. Y cuando se sintió morir, se hizo conducir allá, para morir «donde por mediación de la Virgen madre de Dios había concebido el espíritu de perfección y de gracia» (Lm 7,3).
Por así decirlo, quiso pasar toda su vida en la casa de María, para encontrarse siempre cerca de su solicitud maternal. Y lo deseó también para sus seguidores. Por eso, ya moribundo, recomendó de modo especialísimo a sus hermanos este lugar santo: «Mirad, hijos míos, que nunca abandonéis este lugar. Si os expulsan por un lado, volved a entrar por el otro» (1 Cel 106; cf. LM 2,8).
Sintiéndose muy íntimamente vinculado a la Madre de Dios y tan profundamente obligado con ella a lo largo de su vida, se mostraba particularmente agradecido: «Le tributaba peculiarmente alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). Como lo demuestran las rúbricas para el Oficio de la pasión, diariamente rezaba especiales «salmos a santa María» (OfP introducción), muy probablemente el así llamado Officium parvum beatae Mariae Virginis, compuesto ya en el siglo XII y que con frecuencia se rezaba juntamente con las horas canónicas. Enseñaba a sus hermanos a decir también el Ave María, en la forma breve de la edad media, cuando rezaban el Pater noster. Debían meditar particularmente las alegrías de María, «para que Cristo les concediese un día las alegrías eternas».
Parece que entre todas las fiestas de la Virgen, Francisco tenía predilección por la de la Asunción. Acostumbraba prepararse a ella con un ayuno especial de cuarenta días. Puede que se deba a él el que los hermanos de la penitencia (los terciarios) estuvieran dispensados de la abstinencia este día, como ocurría en las fiestas más grandes, si coincidía con alguno de los días que según la regla fueran de abstinencia. En esta fiesta debía prevalecer la alegría por el honor concedido a María.
Poseído por la más completa confianza en la Virgen, Francisco realizó obras maravillosas. Así, cierto día cogió unas migas de pan, las amasó con un poco de aceite tomado de la lámpara que «ardía junto al altar de la Virgen» y se lo mandó a un enfermo, que «por la fuerza de Cristo» curó perfectamente (LM 4,8). Se apareció también a una señora, aquejada por los dolores de un parto dificilísimo, y le dijo que rezara la «Salve, Regina misericordiae». Mientras la rezaba, dio felizmente a luz un niño (3 Cel 106). Aunque estos relatos pudieran ser dejados de lado por legendarios, demuestran cuando menos hasta qué punto los contemporáneos de Francisco apreciaban su confianza en María y con qué delicadeza la han asociado a su imagen.
La piedad mariana de Francisco, acuñada en muchos detalles por la corriente de la tradición cristiana, pero nacida especialmente de la espiritualidad de este gran santo, fue recogida vitalmente por su orden, y transmitida a través de los siglos. Si un examen más amplio y una reflexión más profunda han aportado algunas novedades y han introducido algunas diferencias, con todo permanecen como columnas firmes aquellas verdades que Francisco transmitió con tanta convicción a los hermanos menores: María es la madre de Jesús, y, como tal, es el instrumento escogido por la Trinidad para su obra de salvación; María es la «Señora pobre», y, como tal, la protectora de la orden. Su culto en la historia es la actualización de una corta y admirable oración compuesta por Tomás de Celano: «¡Ea, abogada de los pobres!, cumple en nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre» (2 Cel 198).
 

Fuente http://www.franciscanos.org/agnofranciscano/m08/dia0821.html

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