LA PALABRA DE DIOS
Is 49,5-6:
“Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación”
“Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación”
El Señor me dijo:
— «Tú eres mi siervo, Israel, en quien me gloriaré».
Y ahora habla el Señor, que desde el
vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le
reuniese a Israel —tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza—:
— «No basta que seas mi siervo y
restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de
Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta
el último extremo de la tierra».
Sal 39,2-10:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
Yo esperaba con ansia al Señor;
Él se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Él se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy».
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy».
Como está escrito en mi libro:
«Para hacer tu voluntad».
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.
«Para hacer tu voluntad».
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.
1Cor 1,1-3:
“Gracia y paz a ustedes de parte de Dios”
“Gracia y paz a ustedes de parte de Dios”
Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de
Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano,
escribimos a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los consagrados
por Cristo Jesús y llamados a formar su pueblo santo, junto a todos
aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor
de ellos y nuestro.
Gracia y paz a ustedes de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Jn 1,29-34:
“Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios”
En aquel tiempo, Juan vio a Jesús que se acercaba a él y exclamó:
— «Éste es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo. A Él me refería yo cuando dije: “Detrás de mí
viene uno que es superior a mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo
conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que el pueblo de
Israel lo conozca».
Y Juan dio testimonio diciendo:
— «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre Él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a
bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre Él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”.
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que Él es el Hijo de Dios».
En
el Antiguo Testamento es frecuente designar al pueblo de Israel como
“siervo de Dios” y a sus miembros como “siervos de Dios”. Israel ha sido
liberado por Dios de la servidumbre y esclavitud y ha sido invitado a
servirlo libremente: «si no os parece bien servir a Dios, elegid hoy a
quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres
más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis
ahora» (Jos 24,15). De este modo increpa Josué a los israelitas
una vez que entran finalmente en la tierra prometida, luego de haber
sido liberados de la esclavitud de Egipto y marchar cuarenta años por el
desierto. Hacerse siervo de Dios implicaba ser fiel a la
Alianza sellada por Dios con Israel, ser fiel a la Ley dada por Dios a
Moisés, aceptar libre y amorosamente su divino Plan.
El profeta Isaías (1ª. lectura) se
reconoce a sí mismo como siervo de Dios. Ésa es su identidad más
profunda, una realidad grabada por Dios en lo más profundo de su ser en
el momento mismo de su concepción: «desde el vientre me formó siervo
suyo». Identidad y vocación (del latín “vocare”, que se traduce como
“llamado”) van de la mano. El haber sido hecho por Dios para ser su
siervo implica un llamado por parte de Dios para cumplir una misión. El
elegido es libre de aceptar o rechazar ese llamado, para bien de muchos o
para perdición del pueblo. Ese llamado Isaías lo aceptó con docilidad y
generosidad: «Percibí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Y
quién irá de parte nuestra”? Dije: “Heme aquí: envíame”» (Is
6,8). De la aceptación y fiel cumplimiento de su misión depende la
reconciliación del Israel con Dios. Más aún, de la fidelidad a su
vocación —que no es otra cosa que la fidelidad a su propia y más
profunda identidad— y a su misión depende también que la salvación de
Dios «alcance hasta el último extremo de la tierra».
En este importante pasaje aparece clara una teología de la vocación:
cada cual nace con una vocación, sellada por Dios en lo más profundo de
su ser. Esta vocación, este “estar hecho por Dios para algo”, implica
una misión y tarea que cumplir en el mundo. Su aceptación trae la
realización humana al llamado y la salvación para todos lo que dependen
de su fiel respuesta al Plan de Dios. En cambio, la rebeldía y rechazo
de la propia vocación y misión dada por Dios traen al llamado un
profundo desgarro interior, falta de paz, sufrimiento, así como un vacío
que nadie podrá llenar en el mundo.
Además del llamado particular que Dios
hace a cada uno, existe un llamado universal: todo ser humano es el
llamado a ser santo (2ª. lectura). La santidad es realizar en sí mismo
el amoroso proyecto divino que es cada cual. Dios crea al ser humano en
vistas a su propia realización, que se da en la participación de su
comunión divina de amor. Mas cada cual debe responder desde su libertad
si acepta o no esta invitación de Dios, si confía en Él o prefiere
confiar en ídolos vacíos, si lo sirve a Él y su amoroso Plan de
Reconciliación o si prefiere servir a los ídolos del poder, del placer y
del tener. Estos ídolos, aunque prometen la felicidad al ser humano, no
hacen sino llevarlo al fracaso existencial, a la propia destrucción. La
santidad es respuesta afirmativa a Dios y a su amor, es un “sí” dado
por la criatura al Creador, pero también y ante todo es un don recibido
por Cristo: quienes están llamados a ser santos han sido también
«santificados en Cristo Jesús». Es a ese don al que cada cristiano
deberá responder desde la propia libertad rectamente ejercida.
También el Señor Jesús tiene una
vocación y misión que cumplir en el mundo. Él está llamado a realizar
plenamente aquello que Dios revela a Isaías: «No basta que seas mi
siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los
supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi
salvación alcance hasta el último extremo de la tierra». Él, el Hijo del
Padre, es el Siervo de Dios por excelencia que proclama con toda su
vida y su ser: «Aquí estoy… para hacer tu voluntad» (Salmo), para
cumplir tu Plan, para llevar a cumplimiento tus amorosos designios
reconciliadores.
Juan el Bautista da testimonio de Jesús y lo presenta ante el pueblo de Israel como Aquel que es el Cordero de Dios que ha venido a quitar el pecado del mundo. Juan revela de este modo Su identidad y misión. Al señalar al Señor Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
trae a la memoria aquel macho cabrío que luego de ser “cargado” con los
pecados de Israel debía ser enviado a morir al desierto, expiando de
ese modo los pecados del pueblo (ver Lev 16,21-22). También
hace referencia a los corderos que eran continuamente ofrecidos como
expiación por los pecados cometidos por los israelitas contra la Ley de
Dios (ver Lev 4,27ss).
Por otro lado es interesante notar que la palabra hebrea usada para designar a un cordero puede significar también “siervo”. El Cordero de Dios es también el Siervo de Dios
por excelencia, y justamente en la medida en que como Siervo responde a
su vocación y cumple amorosamente con la misión confiada por su Padre
llega a ser el Cordero que se inmola a sí mismo en el Altar de la Cruz
para quitar el pecado del mundo, para reconciliar a la humanidad entera
con Dios (ver 2Cor 5,19). De este modo la salvación de Dios
alcanza «hasta el último extremo de la tierra», a los hombres y mujeres
de todos los pueblos y tiempos.
Saludo Franciscano de Paz y Bien
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